Rodeados de un entorno hostil, integrado en una macroestructura orientada al consumo y la explotación social y ecológica, nos vemos arrastrados por la infelicidad. A menudo olvidamos la verdadera naturaleza de nuestro ser y con ello, la maravillosa capacidad de modelar nuestra existencia hacia la belleza.
Hoy os invito a poner atención en las pequeñas cosas cotidianas, a percibirlas intensamente, a disfrutar de olores, texturas, miradas, sabores, sensaciones que acarician el alma y pintan una sonrisa en nuestras caras:
El olor de la hierba mojada. El de la ropa recién lavada. El del pan recién horneado. El tacto de la arena bajo los pies. El brillo de una flor bajo el sol. La delicadeza de las sábanas cayendo sobre la piel. El estrépito de las olas del mar al chocar contra las rocas. El alboroto de los pájaros al amanecer. El de un corazón al enamorarse. La ternura en la sonrisa de un niño, en sus lágrimas, en sus preguntas y en sus respuestas. La calidez del beso de un amigo, el abrazo de una hermana. La expectativa de una despedida. La dulzura de un reencuentro. El perfume de una sorpresa. La emoción en una obra de arte. El entusiasmo de un buen libro. La levedad de un baño de espuma. La lentitud de un incienso que se consume. La placidez de una vela en la noche…
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