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Era mayo. Florecidas las jaras y los espliegos. Habían pasado más de dos décadas, 22 años ignorados desde que coincidieran por primera vez. Trayectorias divergentes, esplendores, conquistas, fracasos, movimientos espirales. Se reconocieron renovados, más vividos, menos expectantes, igual de magnéticos.

La sierra, la tarde, la luna, la noche, la cercanía…un roce de pieles y se desbordaron los diques. Se prendió la cuerda, se liberaron los deseos. Se sedujeron con toda la potencia que cabía en sus ternuras, en sus sexos, en sus cuerpos, en sus impermanencias.

La una, la otra, las aquellas. El uno, el otro, los ellos.

El refugio, la asfixia, los escapes, la balsa. Recorridos circulares, puntos idénticos, amantes diversos. Los dos en uno. Los dos en dos.

Uno junto a uno, 11 años escritos. Cuadernos sin ataduras. Páginas dispuestas. Era 16 de mayo…

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©Yolanda Jiménez (Texto y fotografía)

Cosas que pasan un domingo cualquiera

Es temprano. Domingo. Otoño. Amenaza de lluvia en el cielo. El paraguas quedó olvidado en un café del centro de la ciudad. Un viaje en metro. Un barrio desierto. Un impulso incontenible. Una incertidumbre certera. Una valentía poderosa. Un encuentro sorpresivo. Un desayuno breve. Un amor estratosferico aterriza un instante. La magia planea en miradas esquivas. Una elegante retirada.

Ovejas, pastores y curiosos llenan las arterias icónicas de la ciudad. Surrealismo urbano. Un corazón acelerado marca tictacs invisibles. Una mujer-fantasma tapada, ocultada, camina vacilante unos cinco metros detrás del hombre; ambos caminan hasta un hotel. Él delante, visible, ella cinco metros detrás le sigue. Por una mínima abertura de su indumentaria se le escapa la mirada. Sus ojos se encuentran con los míos. Tristezas: la suya, la mía, la de muchas mujeres ignoradas, silenciadas, ninguneadas, vilipendiadas. Mujeres quemadas por la inquisición, violadas por los mismos hombres de reputación social, por soldados, religiosos, vecinos, maridos. Arrebatadas de sus derechos por dictadores, por las derechas, las izquierdas, las religiones. Recluidas y prohibidas sus creaciones artísticas. Escultoras, pintoras, escritoras, poetas. Generaciones enteras de mujeres ocultadas. Las sinsombrero se recuerdan hoy en una exposición que reúne unas pequeñas muestras de la grandeza de esas mujeres.

Tristeza hoy en la piel, en el útero, en el corazón, en el recuerdo.

Fortaleza, sororidad, empatía, coraje. Bendecidas por la madre Naturaleza, somos hijas, madres, amigas, trabajadoras, amantes, compañeras, magas, creadoras, mujeres. Y eso me reconforta.

©Yolanda Jiménez (Relato y monotipia)

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Otoño en la ciudad

Con la melena húmeda y el paso firme, entró en el café a la hora prevista. Allí se presentaría la revista literaria. Él la miró y se acercó, directo, entusiasmado, halagador. Un absoluto desconocido dispuesto a conocerla. Ella, sorprendida, con sus tiritas invisibles adheridas al alma, pudo sonreír. Le había pasado dos veces en la misma semana. Instantes fugaces, situaciones insignificantes, cargadas de significado. Le bastó recordarlo para sentir todo el poder de su feminidad. Aquella noche caminó bajo la lluvia. En la soledad de sus pasos, vio la fortuna de ser quien era.  La alfombra del otoño pintaba de ocres los adoquines de la ciudad.

© Yolanda Jiménez. (Relato y fotografía)

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La abuela de mi abuela

 

La abuela de mi abuela  vivió más de cien años. Le gustaba el vino y exigía su ración diaria de tinto puro y espeso, ya a los 97 cuando vivía con su hija, yerno y nietos y su yerno intentaba rebajarle el vino con agua. Para entonces ya estaba ciega, no de vino, sino de cataratas.

La abuela de mi abuela era una mujer recia que trabajó desde niña en la tejera familiar. Lo mismo mezclaba el barro con agua, que vertía la mezcla en los moldes o extendía las tejas al sol.

La abuela de mi abuela se llamaba Cruz

La abuela de mi abuela era una mujer grande, de manos anchas y andares certeros. Enviudó de su primer matrimonio quedándose con dos hijos pequeños. Volvió a casarse y tuvo otros dos hijos. También sobrevivió a su segundo marido.

Cuentan que siendo moza ganó una apuesta a unos hombres: la hazaña consistía en acercarse al anochecer hasta la regadera que hacía frontera entre el pueblo y el bosque de robles, blandiendo unas campanillas para atraer a los lobos, engañándoles al imitar el sonido del ganado. Y permanecer allí hasta ver brillar en la oscuridad los ojos de los lobos, para regresar corriendo hasta el pueblo, entre risas y adrenalina.

La abuela de mi abuela es recordada por sus nietos y biznietos.

 

– Yolanda Jiménez –

©Yolanda Jiménez

Aniversario a la carta

Se habían visto varias veces en el mismo círculo. Dos almas afines que no se buscaban, encontrándose en una balsa de calma. Luego vinieron las miradas profundas, el deseo desbocado, los sentimientos, las risas, los proyectos, la piel encendida, los besos de fuego, los viajes al norte, al este, al sur, hasta los centros de si mismos … Exploraron arribes y química. Bucearon sabores y texturas.

(c)Yolanda Jiménez: «Evolución II», de la serie El Cuerpo. Acuarela sobre papel.

Idas y venidas sobre los railes del tiempo los llevaron hasta el primer año. Ella quiso celebrarlo, poner una fecha, la de aquella primera vez que se asomaron a la profundidad de sus miradas, al manantial de ternura, a la transparencia de lo que eran.

 

El segundo aniversario se diluyó un domingo. Él en su huida, ella en sus pensamientos.

Ó:

Pasaron dos años y sumaron inquietudes, caminos, libertades, respiros, opiniones. Crecieron y brindaron por ellos con la calma en las copas y la esperanza en los labios.

 

-Yolanda Jiménez – 16 de febrero de 2020

«Alicia». Un relato de Mariano Velázquez

 

Conozco el sonido de ese portazo.
Otra vez.
Puedo leerlo a cámara lenta en mi oído.
Y luego….el silencio
El silencio atronador que lo llena todo.
El sudor y el miedo.
Otra vez te has ido.
Los dos sabíamos que este momento estaba cerca. Desde que no desayunábamos juntos. Desde que la cama se volvió inmensamente grande. Un desierto resquebrajado y seco. Donde era imposible que nuestras pieles se rozaran en aquel escueto uno treinta. Desde que empezó a pudrirse la comida de la nevera, a secarse los restos en el lavavajillas, a amontonarse las bolsas de basura para el día siguiente…A reventar el buzón de cartas que no cogíamos.
Otra vez el portazo, el estruendo que retumbó más fuerte en mí que en las paredes que se derruyeron.
Se hundió la casa y vuelvo al refugio sórdido de la música, del whisky con cola, del cigarro consumido sobre el cenicero, de la frustrada lectura de Salinger donde me escondo y me reencuentro. Pero ni bebo, ni fumo, ni leo….nunca lo he hecho.
Escribo y solo escribo de ti y de mí. Un diario incongruente de sueños diurnos, y desvelos repetidos. De inseguridades secas y recurrentes.
Entonces, vuelvo al espejo y otra vez estás tú, Gilma. Te veo nítida y herida cuando sales por mi puerta dejando sangre, coagulo de invierno frio, tras de tus pasos.

 

(c) Yolanda Jiménez. «Maraña»

-Hola Raquel, me gustaría verte de nuevo. Ahora tiene que ser distinto.
-Es tarde, aquel otoño ya pasó.

Ainoa regresa sin el abrigo de piel robado del Corte Inglés.
Se quedó en la comisaría a la que le llevaron
Viene más bella que nunca. Desnuda. Con un vestido de flores de colores y de dudas. De gasa sutil. Siento todo su cuerpo cuando la abrazó, cuando lo recorro curioso con mis manos.

-Vengo así para ti.

Guardo la bola del mundo de cristal que me regaló en la segunda estantería de mi despacho.

Ya imaginaba que Neus no volvería a arrojarse desde la terraza del ático donde vivo.
– Neus, por favor…no, no me cuelgues. Neus, quiero que sepas…

– No volveré a arrojarme desde la terraza esta primavera.
La agenda gastada, los números olvidados…
Hannia me espera sobre la barquilla dorada en la laguna de Guatavita. Como el pueblo Muisca, arrojo todo mi oro al fondo de las aguas negras de la laguna para agradecer a los dioses, a la vez que aborrezco a los conquistadores españoles que la vaciaron para esquilmarla.
Tampoco mi oro tiene valor…Los alisos que soplan desde Fusagasugá me llevan a las empedradas calles bogotanas. Al barrio de la Candelaria, a la plaza del Chorro. Y, guiado por el recuerdo de colores : amarillo , verde , morado, a Casa Galería. Ligero de equipaje. Cargado de recuerdos.
En el patio está Yurena. Al mirarnos recordamos: aquel verano, aquella película de amor de diez minutos con guión de cuatro días. Le pido que vuelva a sentarse en la hamaca trenzada de colores y vuelvo a mecerla arrodillado.
Sonríe con la sonrisa de antaño, con la belleza de entonces, con la frescura de ahora, con la misma mirada no resignada de su vida que no puedo hacer mía tampoco ahora. Nos decimos sin hablar:

-Ven, te llevaré conmigo

y ella llorando por dentro de sus enormes ojos mestizos:

-no puedo, tampoco puedo ahora.

Y lloramos el adiós con una sonrisa compartida y cínica.
Cínico como la sonrisa, esa noche duermo en la turca Capadocia y, al amanecer, me subo en el globo de colores que salva pérdidas y siembra nuevos sueños a pleno sol. Un sol que se resiste a salir. Recortado y amarillo entre los olivos de Göreme. Cuando, después del estruendo de la llama, levitamos despacio sobre las “chimeneas de Hadas”.
Globos en el cielo. Azul. Sueños flotando de todos los colores. Silencio.
Me sonríe con la sonrisa tonta que ya conozco. Supuse que aquí sería distinto. Me pide una foto poniendo su mejor cara absurda.
Le acerco, pero no me coge la mano. Todo es belleza exterior. Como todas las sensaciones hermosas que solo vienen de fuera. Como el canto de los pájaros abajo, como el olor de los olivos arriba, como el silencio.

 

No sentí ningún miedo cuando en la noche solitaria nos desorientamos por las oscuras callejuelas  de Estambul que una y otra vez nos llevaban al Bazar de las especias. Ni cuando después me perdí de tí y solo las sombras llenaban ese calles que deberían asustar… ¿Y si te dijera que me gustaría no haberte encontrado?

Cuando aquella noche iluminada de estrellas salía de la jaima de Madmuda, ella se quedaba abrazada a sus dos hijos mas pequeños derramando lágrimas de arena que secaba con la melfa naranja que le cubría la cara.

Y ahora sí, ahora que la puerta de lona sonó con más fuerza aún que la de roble, entró el miedo para quedarse. Ahora sí. Y la bóveda blanca del desierto me llevó frente a él.

(c) Yolanda Jiménez. «Noche en Venecia»

-¿Quién eres?- le pregunto al espejo.
– Descúbrelo tú.

Sin un solo rasguño paso al interior.

-¡Hola! ¿Eres nuevo aquí?
-Sí, me respondo.

Dentro todo es blanco. ¿Acaso es blanca la indefinición?
Porque avanzo por lo que supongo que es un camino blanco. Rodeado de flores blancas y árboles blancos, bajo un cielo blanco. Pero no sé si son camino, flores, árboles o cielo.
Solo diferencio mi cuerpo, mis manos cuando las acerco a mi cara para tocarme y saber si estoy despierto, mis piernas que avanzan sin saber adónde. Sin huellas ni sonido en las pisadas. Cuando una voz conocida me llama, me abraza por un momento y después desaparece. Solo veo sus brazos blancos cuando se cruzan ante mi camisa de cuadros verdes para abrazarme.

 

-Espera no te vayas. No me dejes así.

… Pero ya solo era todo blanco….Un ladrido cruza de derecha a izquierda delante de mí, y algo me golpea con tanta suavidad como una tenue caricia. Está frío: ¡nieva! grito con todas mis fuerzas.

– Si gritas romperás el alba, me susurra una voz que no alcanzo a ver. Acércate, un poco más adelante.

Su voz me recuerda a los cantos de sirena.

– ¿Dónde estás?, no te veo.
– Por aquí… unos pasos a tu izquierda. La luna está llena. ¿Vienes a verla?
-¡No, no, Quiero salir de aquí! Esto es la nada…
Y ella me frena poniendo su mano blanca ante mi pecho.
-¿Quién eres? ¿Qué estás buscando? Aquí no está.

 

-Mariano Velázquez – *

*Mariano Velázquez es un hombre polifacético, escritor, soñador, poeta, viajero, optimista, curioso, solidario, arriesgado, sensible, …. Amigo! Y sobre todo es una persona buena. Un hombre de ojos verdes y corazón grande.

 

 

La infinitud del tiempo… Un relato para hoy

 

Ayer, las amapolas de mayo coloreaban las tardes que prometían días largos, baños en el río, meriendas soleadas, cantos de grillos al fresco de las noches.

Luego, el fugaz verano castellano se volvía frío invierno de lumbres y castañas. El olor a humo y el crepitar de la leña se repetían cada año.

En verano el heno recién cortado se enredaba en su cabello, mientras los saltamontes saltaban las hierbas. Le gustaba observarlos; siempre se preguntó por qué se llamaban salta-montes, si los saltitos de aquellos insectos solo lograban ir de un montón de hierba a otro. Le gustaba imitarlos y saltar por los prados, aspirando la humedad de la alfalfa.

(C)Yolanda Jiménez

Las lluvias del otoño traían de nuevo al río; olvidado en el estío, renovado de corriente, poderoso de su margen. A veces caprichoso se extendía hasta los huertos preñándolos de limo. Le gustaba contemplar con sus ojos infantiles la amlpitud del agua extendida por doquier.

Cuando tuvo 14 años, abandonó el pueblo; lo cambió por la ciudad, con el imperativo de estudiar. Cada fin de semana regresaba tan fugaz que encontró la medida del tiempo. Un domingo por la tarde, de regreso a la ciudad, entre morriña adolescente, se dio cuenta de que algo había cambiado: ahora el tiempo estaba marcado de semanas, de festivos, de vacaciones. Había entrado en la adultez imparable. Y con tristeza, supo que la infinitud del tiempo se le había escapado.

 

Yolanda Jiménez

 

Relato publicado en la Revista literaria Manxa. Nº 57. Mayo de 2019. Editada por la Diputación de ciudad Real.

Ensayo sobre el arte de escribir un ensayo

 

Ensayo es una palabra que me sugiere lo provisional, la idea de probar, de experimentar algo de lo que desconozco el resultado. Me gusta la sensación de curiosidad que me transmite.

El ensayo, como género literario es una figura extraña, o al menos lo es para mí. Escribir un ensayo es como describir sin implicarse, sin opinar y sin ninguna pretensión. Esto es lo más bonito del arte de escribir un ensayo, que me permite total libertad, incluso me lleva a ciertas reflexiones…porque, ¿qué puedo decir en un ensayo?,¿y qué no? ¿puedo ensayar lo que me apetezca? ¿es previsible el resultado de un ensayo? Es, precisamente esa falta de expectativas lo atractivo de expresar desde una perspectiva de observador. Pero, si soy observadora, ¿desde dónde observo?, ¿mi punto de vista influye?

Reconozco que esta disertación es un lio y  escribir un ensayo es un arte.

(C) Yolanda Jiménez

Hoy he salido temprano de mi casa y aún era de noche. He visto la luna por el oeste,  llena, grande y brillante. La he mirado un rato desde el autobús, hasta que la oscuridad de la noche desapareció. Todo ha sido muy rápido. Entonces, he mirado a mi espalda, hacia el este y he visto el sol grande y rojizo. Me he sentido feliz de ese momento. Luego, he vuelto a buscar la luna, pero su contorno ya estaba confundido con la luz del día. Y yo, he vuelto a poner mis ojos en el libro, hasta llegar a mi parada.

 

 

-Yolanda Jiménez – 

El Recital

Desde el alma emergente los enviados auténticos, como este «Recital», escrito por la poeta y amiga Isabel Jiménez Moreno. Ella estuvo presente en la presentación de mi libro «De mi cuerpo habitado» y puso voz a mis poemas. Este texto es un regalo que me ha emocionado y que comparto aquí:

El Recital

Todo listo: el libro de poemas con los papelitos amarillos marcando las páginas con los poemas seleccionados que quiero que lea cada una de ellas.

No me ha costado mucho elegir: conozco mis poemas, los he parido yo. Y las conozco a ellas: por lo que escriben; por cómo lo leen; por la manera en que tiene una razón para escuchar a los demás, por cómo ser, y porque a veces fue visto una lágrima asida a sus pestañas.

(C) Yolanda Jiménez

(C) Yolanda Jiménez

Él me va a sorprender, no él logró que me diga cuál ha elegido, ni el momento, ni el orden en el que leerá cada una de ellas. Déjate que te sorprenda, yo los dados. Y estoy tranquilo, porque sé que soy agradable.

Y mi amigo con su voz quebrada, apoyándome todo este tiempo y hoy enfrentándose a su propio miedo. Gracias amigo.

Me preguntan si estoy nerviosa, y lo estoy, un poco, pero lo más duro ya ha pasado. Ya hay escritos, corregidos, seleccionados, impresos. El ejercicio está hecho. Ahora solo falta el momento final de mostrarlo.

La espera es una tormenta de sentimientos y emociones. Es el deseo de mostrar mi alma desnuda y el temor a hacerlo. Es la alegría de compartir con mis hermanos y con mis amigos. También conó que extraña que apareció por allí. Es el descanso después del exorcismo que ha supuesto escribir, como a la ducha larga que te das tras un penoso esfuerzo.

Ya solo me queda esperar, compartir, agradecer. Y mañana seguiré soñando.

Isabel Jiménez Moreno

Con todo mi cariño y agradecimiento para Yolanda Jiménez García, por habernos hecho parte de la presentación de su libro de poemas «De mi cuerpo habitado» .

 

Porqués o paraqués. Una historia de amor, dolor, aprendizaje

 

Yolanda Jiménez

Había llegado al ecuador de su vida, al menos desde su imaginación. Nunca se sabe hasta cuando estaremos en este modo de existencia. Transitaba por esa mediana edad de los cuarenta y tantos, con la curiosidad abierta y con el aprendizaje que conservaba de las experiencias vividas.

(C) Yolandqa Jiménez

En los últimos años tenía por costumbre sonreír sin cortapisas desde el corazón. Desechaba las tristezas con determinación. Sus fantasías encajaban con aquella forma de expandirse y de sentir

Dicen que tras la tempestad, viene la calma, ¿o es al revés? En aquel tramo de su ascensión por la montaña de la vida, sintió ahogo. Se detuvo en un repecho. Sus ojos solo podían mirar detrás. Se asomó al abismo. Era una mañana soleada de invierno. Sintió frío. Un frío intenso que se colaba hasta sus entrañas, lastimando su ser.

Contempló sus últimos años. Su vida desde aquella primera parada importante. Recordó aquel momento del pasado en el que atravesó un nuevo septenio vital. Dicen que cada siete años hay un momento significativo en nuestras vidas. Entonces, ella no lo sabía. Hubo mucha emoción, dolor, reflexiones y aparentes sinsentidos. Se desbordaron sus ríos.

Hoy se vio. Había remontado desde un hoyo, esforzándose en cada paso. Había sentido la felicidad explotando por todos sus poros. Había experimentado la libertad de elegir su camino. De aprender. De acometer nuevos proyectos. De abrir nuevos caminos. De expandir su corazón con toda la fuerza del amor. Descubrió riqueza. Se autodescubrió.

 

(C) Yolanda Jiménez

Hoy, de nuevo, allí parada en el ahogo de sus dudas, le asaltaban preguntas incontestables. Los porqués torturan. Incapaz de formular un para qué. ¿Acaso no era suficiente? ¿Suficiente para quién? ¿Para él? ¿Para sí misma? No podía evitar el regusto antiguo del fracaso en su paladar. La exclusión de quedarse fuera, desplazada a un lugar y un tiempo pequeños, invisible. Quería sentirse en una prioridad que la vida le negaba. Ni siquiera una igualdad. La balanza estaba descompensada. Ella perdía. El hombre  amado se deslizaba sobre otra feminidad. Se repetía su papel secundario en un doloroso reparto teatral

 

El estómago cerrado y el sueño ausente. La tristeza instalada en su alcoba y las lágrimas acompañando sus días, sus noches inquietas. Encogida, imaginaba el confort del útero materno, desde la postura fetal en la que se consolaba. Ahora ya no sabía si lo vivido fue real. Para ella, sí, sin duda fue real, como lo es ahora: ella le ama, con toda la poderosa fuerza de su existir… ¿Por qué?, ¿para qué?

 

Pero ¿Qué es realidad?, ¿Puede ser lo mismo para dos personas distintas?, ¿Qué hacer con lo que sientes?, ¿Quieres sentirTE, TÚ?, ¿Quieres conectar contigo y acariciar tus emociones?

Si estas interesado/a, me permito sugerirte un camino  de descubrimiento en mis sesiones terapeúticas. Puedes dejarme un comentario (arriba a la izquierda), con tu email y te contactaré

 

Yolanda Jiménez.

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