
¡Siempre independiente!, ¡¿me oyes?!
Lograr que la siguiente generación goce de las cosas de las que carecieron las anteriores parece lo más normal. En el caso de las niñas que hoy ya no somos tan niñas, la mayoría fuimos traídas al mundo por mujeres que, en aquella época, tuvieron que pelear como gato panza arriba para salir de sus casas aun rezumando dictadura y hacerse a sí mismas.
Querían estudiar, querían trabajar, querían deshacerse del yugo paterno y la conformidad materna, querían ser modernas y además, libres.
Querían ser normales y a la vez extraordinarias.
Así que durante la época en que mi madre quería ser rebelde, y lo era, aun lo tenían realmente difícil. Esas mujeres tuvieron que pelear cada día: en casa, en el colegio de monjas, en la facultad luego, en el trabajo más adelante y claro está, en el hogar que formarían.
Por lo tanto no es de extrañar que no estuvieran dispuestas a perder ni un ápice de lo conseguido una vez tuvieran que pasar el relevo…
… y ahí precisamente es donde entramos nosotras, el siguiente eslabón de la estirpe, las hijas de nuestras madres.
Pero he aquí la inmensa inquietud que me ha llevado por este recorrido:
¿Tan importante era para estas madres dedicarse en cuerpo y alma a que jamás tuviéramos nosotras que pasar por las mimas dificultades que ellas, que se olvidaron por completo de hacer lo mismo con los varones?
¿ Es que no cayeron en la cuenta de las disfuncionalidades que eso causaría en el futuro?
Pensemos: por un lado, tenemos a una raza de féminas fuertes, trabajadoras y adoctrinadas en no lavarle ni un solo calcetín a un hombre sólo porque sí…
…y por otro lado, a hombres que no fueron educados en sintonía a lo que se estaba haciendo con sus contemporáneas femeninas.
Esto es una faena.
Y gorda.
Pensemos otra vez: nosotras, que hemos crecido sin darle ya ningún crédito a los príncipes azules, ni a tener como objetivo en la vida parir cinco o seis hijos y tener una bonita casa con jardín, confiando en que no necesitamos a nadie para tener un futuro y ser felices. Esas “nosotras” se encuentran ahora, uno detrás de otro, a hombre cuyas madres han estado demasiado ocupadas educando a sus hijas en la autosuficiencia, cosa que pareció requerir todo su esfuerzo porque se olvidaron por completo de hacer lo mismo con ellos.
Hombres que no hacen la cama porque al final del día volverán a deshacerla y no le ven el sentido; hombres para los que el funcionamiento de una lavadora es el mayor enigma de todos los tiempos; hombres que siembran la casa de camisetas y vaqueros como si fueran semillas en el campo.
¿Y qué hacemos ahora nosotras, si estamos predeterminadas a rechazar este tipo de situaciones como si del cianuro se tratara? ¿Cuál es la respuesta a la situación antinatural de tener que enseñarles a ellos a ser independientes y fuertes sin ser sus madres, sino sus amantes? ¿Tenían idea sus propios padres de que esto pasaría, de que gran cantidad de parejas se irían al garete por tanta situación conyugal atípica?

El patio sigue sin estar bien. Por mucho que nos empeñemos en educar y animar a mujeres cien por cien suficientes, luchadoras y trabajadoras, la silla seguirá coja si no se enseña también a los hombres, desde muy temprano, a que aquí cada uno se busca la vida.
Como si no fuera ya bastante complicado vivir en pareja con las neuras propias de cada uno para que le echemos más leña al fuego.
Confieso, en bajito y con la boca chica, que a veces me da por pensar: a lo mejor, si mis padres no se hubieran empeñado en educarme para ser tan estricta en mi independencia futura, ahora no tendría tantos problemas para vivir con un tío.
Además, me acuerdo de Tina Turner y la culpo de todo mentalmente.
Un segundo más tarde, me retracto enseguida de estas ideas pero es queno soporto nada. A ver, ¿por qué tengo yo que limpiar el chorreón de colacao en el microondas si lo ha derramado él? Fácil, porque sabes que él no lo limpiará así se caiga de mierda y lo que es peor, porque te odias cuando le dices que lo debería quitar y él te mira como pensando que qué importancia tiene eso y tú te calientas y entonces es cuando empiezas a hablarle como si fueras su madre. Y como te detestas cuando llegáis a ese punto prefieres coger la bayeta, cagarte en su madre y en su padre veinte veces por el flaco favor que os hicieron a ambos y limpiarlo mientras aprietas bien los dientes.
Esta es una reflexión escrita desde la lógica y la tranquilidad, estado en el que quería encontrarme para expresar esto en condiciones.
No pretendo una guerra de sexos-
Es mucho más fácil:
Lo que quiero es que, ya que se han formado mujeres completas, dispuestas a luchar contra viento y marea por conseguir cualquier cosa que se propongan, se haga lo mismo con ellos, por el bien de nuestra salud mental y de toda la humanidad.
Extracto del artículo «Tina Turner y el hombre malcriado». Angela Díaz Paradas.